- Capítulo I -
Llegó
tarde a su casa. Venía caminando despacio, total... ¿Qué apuro tenía? Ya sabía lo que
encontraría a su llegada: Tres personas que vivían con él y que, en algún momento, no
recordaba cuál, fueron su familia.
Hacía tanto tiempo que no se comunicaba con ellos, ni con nadie, que
le parecía estar viviendo en un país extranjero; en el que nadie entendía su idioma y
él, menos entendía a los otros.
A veces se planteaba si más que en un país extranjero, no se
encontraría en otro planeta, tal vez, en otra galaxia. Se sentía tan diferente a los
demás que no creía pertenecer a esa especie.
Poco a poco, había ido perdiendo el sentido de la palabra. No porque
se haya quedado mudo, sino porque ya no le encontraba sentido a las palabras.
Esto databa de un tiempo bastante lejano. No lo recordaba con
precisión, pero pensaba que había sido desde su infancia. Le costaba muchísimo hacerse
entender con palabras y le resultaba horroroso tratar de entender las palabras de los
demás.
Por eso fue creando en su mente un nuevo alfabeto. Todo un código de
imágenes que iba plasmando en cuanto papel caía en sus manos, a medida que le llegaban
las sensaciones, los sentimientos de alegría, pena, amor, odio, frustraciones.
Al principio se reían de sus "mamarrachos"; como les
llamaban. Pero, a medida que fue perfeccionándose en el manejo del lápiz, el pincel, los
colores, el arte de la composición cromática y de los claroscuros; las miradas
despectivas fueron tornándose, poco a poco y cada vez más, en miradas de asombro,
aceptación y admiración. Pero jamás entendieron qué quería decir con todas esas
imágenes. Jamás logró hacerse entender.
Jamás pudo encontrar a alguien que supiera ver lo que le pasaba, lo
que le hacía vibrar de alegría o lo que le aplastaba de dolor o de tristeza hasta la
última molécula de su cuerpo.
Los demás, miraban aquellas imágenes y cada uno las interpretaba a su
manera, según sus sentimientos. Pero no coincidían entre sí, y menos con los
sentimientos de él.
Fue así que se convirtió muy a pesar de él en un "artista".
Así lo habían rotulado los demás, que son tan propensos a encasillar y rotular a sus
semejantes. Pero él, ya no se consideraba un semejante de aquella especie que no
entendía absolutamente nada de aquellos sentimientos codificados en imágenes que
gritaban, mudas, toda la alegría o el horror que habitaban en su corazón.
Tal vez por eso, fue que decidió enmudecer y borrar de su memoria todo
aquel código de sonidos que formaban las palabras. Tan sólo rescató los de la música,
aquella combinación armoniosa de sonidos y vibraciones que fue la fuente de su
inspiración para sus imágenes, y de la cual disfrutaba con plenitud en los momentos de
soledad que encontraba.
- Capítulo II -
Una
mañana, despertó con la sensación de haber estado en un sueño, tan largo como toda su
vida.
Su primera impresión, al abrir los ojos, fue de desconcierto. No
podía coordinar sus ideas. Le parecía estar en un lugar que le era desconocido, pero a
la vez, lo sentía familiar.
Se sentó al borde de la cama y, cerrando los ojos, se llevó las manos
a la cabeza, como para tratar de aquietar y sujetar toda esa vorágine de ideas,
pensamientos e imágenes, que parecía querer salir de su cerebro e inundar la
habitación.
No entendía de dónde venían esas imágenes y sensaciones que se
agolpaban en su cabeza y que parecía como si hicieran presión en las paredes internas de
su cráneo, hasta hacerlo hinchar como un globo.
Trató de ponerse de pie. Haciendo mucho esfuerzo, se enderezó.
Sentía muy pesada su cabeza, y apoyándose en las paredes, logró llegar al baño.
Quería lavarse la cara, para despertar de una vez por todas y acabar con esa pesadilla.
Las extrañas imágenes venían a su mente como destellos
intermitentes, como recuerdos muy vagos de un sueño que no se puede fijar y recordar.
Abrió la canilla y puso su cabeza debajo del chorro de agua fría.
Estuvo así, por espacio de varios minutos, hasta que sintió que sus
sienes ya no latían con tanta violencia.
Con los ojos cerrados, estiró el brazo y tomó la toalla. Se secó la
cara y trató de conservar la verticalidad. A medida que iba secándose, se sintió con
más aplomo, hasta que desapareció por completo esa sensación de vértigo.
Al enfrentarse al espejo del botiquín, el vértigo y el desconcierto
regresaron de súbito. No podía creer lo que veía. Aquél no era su rostro. Al menos
como él lo recordaba. Aunque el recuerdo era muy borroso.
Abrió los ojos, lentamente, con la esperanza de que aquella imagen ya
no estuviera allí.
Pero ahí estaba. Era su rostro, no había duda. Reconoció algunas
facciones que le resultaban familiares, al compararlas con la imagen interior que tenía
de su cara. Pero el resto de su rostro tenía modificaciones muy notables.
Lo fue recorriendo de arriba hacia abajo, lentamente. Notó que su
cráneo había cambiado (todo esto, dicho a partir del recuerdo, algo borroso, que él
tenía de su rostro). Lo notó más grande. Recordó lo que sintió momentos antes y
pensó que, realmente, la presión de esas imágenes habían causado eso.
Su cabello había desaparecido. Pero ¿tenía cabello antes...? Miró
furtivamente hacia la cama. Fijó su atención en la almohada, pensando que se le habría
caído el cabello durante la noche algo completamente absurdo, pero... Quizás...
Todo podría ser, pero vio que estaba limpia. No había rastros de cabellos.
Volvió a concentrarse en el espejo. Descubrió sus ojos. ¿Eran así?
¿De ese color...? ¿Y esas pupilas rasgadas, como las de un felino...?
Sintió una sequedad en la garganta que le subía hasta la boca. "¡Qué
extraño pensó, no tengo boca...!".
Tuvo ganas de gritar. Separó sus mandíbulas y lanzó un grito. Pero aquel
grito fue sólo la brisa de una exhalación, que se filtró a través de los poros de la
piel que cubría el lugar en donde podría haber estado su boca.
Trató de serenarse y aceptar que él era así, como la imagen que le
devolvía el espejo. Tal vez fuese el rostro con el cual había nacido. No lo recordaba.
Destellos de imágenes volvían a sucederse en forma intermitente
dentro de su cerebro.
Volvió a sentarse en la cama y trató de retener y fijar dentro de
sí, una de aquellas imágenes.
Miró la pared y trató de fijar su vista en un punto imaginario, para
lograr mayor concentración.
De repente, su frente se iluminó. Una luz radiante brotó de ella y se
proyectó hacia adelante. Y cual si fuese un proyector de diapositivas, plasmó una imagen
sobre esa pared que hacía de pantalla.
Al comienzo, la imagen no era muy clara. Pero a medida que se
concentraba más en las formas, éstas iban haciéndose más nítidas y sus colores se
acentuaban más y más.
Era un paisaje. Un paisaje muy extraño, aunque le resultaba conocido.
Era un mundo lejano, distinto, con suelo irregular y vegetación exótica y un cielo de
tono cobrizo, tal vez, debido a ese sol enorme y rojo que teñía todas las cosas,
dándoles ese aspecto de hierro candente.
De pronto, la imagen fue tomando profundidad, hasta adquirir formas
tridimensionales. De una imagen plana, pasó a ser una holografía. Sintió deseos de
entrar en ella; en ese mundo que le traía lejanas reminiscencias.
Tuvo deseos de caminar sobre ese suelo pedregoso y experimentar nuevas
sensaciones; o quizás viejas, que había olvidado en el tiempo.
Todos sus sentidos se hipersensibilizaron y fue captando con placer, y
algo de nostalgia, todo un bagaje de sensaciones que lo llevaron retrospectivamente a su
niñez.
Reconoció ese suelo. Recordó ese aire cálido, que fue templando su
piel de niño. Reconoció ese cielo rojizo, de atardeceres cansados, que tantas veces
llenó sus ojos asombrados, de constante investigador.
No había duda; era el lugar de su nacimiento. Ese paisaje pertenecía
a su mundo; al mundo lejano de su infancia.
Se sentó en el suelo a pensar. Y cada imagen tridimensional que salía
de su cerebro y se proyectaba en el espacio, era como un vehículo, como una máquina del
tiempo, que lo transportaba a través de todas y cada una de las etapas de su vida.
Fue metiéndose en cada una de ellas, como en un sueño; como en un
largo sueño; tan largo como toda su vida.
- FIN -