El
Planeta Azul
En una alejada galaxia del Universo, se
encuentra un sistema planetario compuesto por un pequeño grupo de planetas que giran en
órbita alrededor de un astro luminoso e incandescente, llamado Sol.
En tercer lugar (de acuerdo a la distancia que separa cada planeta de
su centro orbital), existía un planeta que era conocido como El Planeta
Azul. La característica de su superficie -casi las dos terceras partes
compuesta por agua-, hacía que, desde el espacio exterior, se viera de un color azulado
brillante. De allí provenía su nombre.
Era un planeta joven y fértil; con una extensa fauna y flora.
Abundante vegetación cubría la mayor parte de su superficie firme.
Dentro de esa extensa fauna, existía una especie que se destacaba del
resto de los animales; no por sus cualidades sino por su cerebro, que era mayor que el de
la mayoría de ellos. Gobernaban el planeta y se consideraban como un género aparte del
animal. Se autodenominaron Género Humano.
En principio, no eran más que otra especie de las tantas que
conformaban el género animal. Pero por un capricho curioso de la Madre Naturaleza, esta
especie evolucionó con el correr de los siglos. A través de sus generaciones, fue
adquiriendo conocimientos y aprendiendo nuevas cosas. Aprendió a erguirse sobre sus dos
patas traseras y caminar sólo con ellas. Esto le dio una visión algo más amplia del
terreno donde se movía, y su mente le hizo creer que era superior a todos. A pesar de que
su cerebro iba evolucionando con las sucesivas generaciones, sus pensamientos comenzaron a
girar sólo a su alrededor; tomándose él como centro de todo lo existente sobre el
Planeta Azul; tan es así que decidió renombrarlo y llamarlo
Tierra.
Como todo género tiene sus distintas especies, éste estaba formado
por distintas razas, cuyas diferencias las marcaban el color de la piel que cubría sus
cuerpos.
El planeta se dividió en cinco grandes Continentes, que, a su vez,
estaban divididos en Países, y éstos, subdivididos en pequeños Estados o Provincias. Y
de lo que en un principio fue un grupo homogéneo, pasó a ser una terrible fragmentación
de seres, razas y tierra; cada uno pensando en sí mismo. Así como el resto de los
animales demarcan sus territorios con sus secreciones corporales, esta especie utilizó
piedras y cercas para delimitar sus dominios y propiedades.
Como se expande el fuego sobre la hierba, así se expandió esta
especie sobre la superficie del planeta; y al igual que éste, tras de sí dejaba sólo
cenizas y devastación.
Algunos grupos se hicieron más fuertes que otros, por su audacia,
temeridad y ansias de dominio. Así como en un principio se creyó superior al género
animal, estos grupos comenzaron a creerse superiores a otros de su propia especie. Fue
así como comenzaron las guerras por dominar territorio y degradar a sus semejantes. Los
grandes imperios comenzaron a extenderse; pero con el tiempo caían, víctimas de sus
propios desmanes e intrigas internas en sus cúpulas dirigentes.
Pasados algunos siglos más, y ya establecido un nuevo orden mundial
-aparente-, estos grupos fuertes se convirtieron en Naciones poderosas y líderes
mundiales de los demás grupos débiles y pequeños. Con actitudes
paternalistas -pero siempre en su propio beneficio-, se
inmiscuían en territorios ajenos, colonizando y afianzando nuevas posiciones
estratégicas en distintos lugares del planeta para poder controlar a sus rivales más
poderosos.
El enemigo más temido por esta especie era su propia especie. Se
gastó mucho dinero en armamentos y programas de defensa; descuidando otros factores que
requerían más atención y eran mucho más importantes para salvaguardar la especie y el
planeta donde habitaban.
Pero el miedo era tan terrible que sólo veían
enemigos, y esto no los dejaba ver las miserias y carencias que
sufrían los pueblos más pequeños y sometidos a su autoritarismo.
No podían ver que en el resto del planeta había niños que se morían
de hambre o que estaban completamente desnutridos, porque sus ojos estaban fijos en los
radares y en los misiles atómicos, atentos a ese fantasma que, en cualquier momento,
podría aparecer.
En su afán industrializador comenzaron a destruirse grandes
extensiones de bosques, y lo que otrora fue oasis se convirtió en páramo, con el
consiguiente desequilibrio natural que esto implica. Zonas fértiles pasaron a ser
áridas. Los cultivos fracasaban y el hambre se hacía cada vez mayor. Muchas de las
especies animales desaparecieron de la faz del planeta; por matanza indiscriminada o
porque su hábitat fue destruido.
El joven Planeta Azul comenzó a resentirse. Lo que él tardaba cientos
-o quizás miles-, de años en crear y desarrollar, el Humano lo
destruía en pocas horas; sin importarle el futuro de su progenie ni del lugar que les
dejarían para vivir. Ningún otro animal descuida tanto a su descendencia como el
Humano.
Tal vez fue su propia evolución la que lo llevó a creerse omnipotente
y capaz de controlarlo todo. O quizás fue su ambición de poder y de riqueza la causante
de tanta destrucción y descuido de las cosas más elementales para la subsistencia,
propia y la de sus herederos.
La contaminación ambiental fue creciendo en forma alarmante. La
atmósfera se enrarecía y ya se habían detectado casos de mutaciones genéticas en
algunos seres recién nacidos.
Pruebas nucleares subterráneas -repudiadas por la mayoría de las
Naciones, pero minimizadas por las Grandes Potencias-, comenzaron
a resquebrajar la estructura interna de aquel Planeta, y comenzaron los temblores en
distintas partes del mismo.
Los líderes de las Grandes Naciones decidieron reunirse para tratar de
encontrar una solución al problema, que ya no podían evitar enfrentarlo. Sus propios
hijos estaban sufriendo las consecuencias de las desastrosas acciones y determinaciones
tomadas por ellos o sus antecesores.
No lograron ponerse de acuerdo, pues ninguno quería invertir dinero en
proyectos que podrían llegar a ser una solución para frenar el retroceso ecológico del
Planeta Azul. Tras largas e incansables deliberaciones, los Grandes Líderes se retiraron
a sus respectivas Naciones sin haber arribado a alguna solución.
Pocos meses después, las convulsiones del Planeta Azul fueron
sucediéndose con más frecuencia y cada vez más violentas. Algunas zonas del planeta
habían comenzado a secarse de tal forma, que el suelo se resquebrajaba bajo los rayos del
ardiente Sol; mientras que otras, eran arrasadas por torrenciales lluvias y aluviones.
Una capa oscura comenzó a cubrir el cielo, como una mortaja que
presagiaba el fin de aquel joven Planeta Azul.
Desde el espacio exterior, ya no se veía su brillante color de antes.
Ahora era un gris opaco que se confundía con la oscuridad circundante.
El gemido angustiado de los niños, que se escuchaba constantemente en
las calles desoladas y oscuras, hizo que los Líderes volvieran a reunirse para tratar
-una vez más-, los puntos en que no se habían puesto de acuerdo en la última reunión.
Fue demasiado tarde. El proceso destructivo se había puesto en marcha
y no había forma de lograr detenerlo.
Mientras estaban en el Salón de Conferencias de los Países
Confederados, un viento tan poderoso, corrosivo y destructor como la onda expansiva de una
explosión nuclear, arrasó la superficie del planeta dejándolo completamente en ruinas;
destruyendo, a su paso, a todo ser viviente que existía sobre él.
Un silencio de muerte se produjo en el espacio infinito. Las estrellas lloraron la muerte
de aquel hermoso Planeta Azul, que ahora era sólo un gran asteroide yermo, girando en el
espacio estelar.
Pero en lo más profundo de las entrañas de aquel planeta, aún latía
la vida. Aún quedaba una esperanza que el Humano no había podido
destruir.
Como un ciclo de muerte y resurrección, una nueva vida se gestaba en
las entrañas del Planeta Azul. Quizás, dentro de varios siglos, vuelva a recuperar su
color y su calor, y su superficie vuelva a poblarse de verdes árboles, frescas y
cristalinas aguas y un sin fin de multicolores seres vivientes disfrutarán de ese
paraíso.
- FIN -