In
Vitro
(Crónicas de la Guerra Fetal)
La Fortaleza aún se encontraba sumergida
en la oscuridad. El frío rugía en las entrañas del Exterminador. Hacía siglos que se
hallaba en el mismo sitio, esperando, con sus sentidos atrofiándose en silencio.
Esperando un ataque del Exterior... Pero afuera, desde tiempos remotos, sólo se oía el
aullido monótono del viento.
El Exterminador era un hombre solitario, tan solitario como el único
ojo que tenía en el rostro cruzado de cicatrices. Mientras esperaba, se entretenía
contando las heridas de su cara, midiendo con un transportador los ángulos que formaban
al cruzarse, o imaginando diálogos entre ellas...
Esa noche se hallaba en el Gran Salón interpretando, por séptima vez
en la velada, "Las Inquietantes Aventuras Rectangulares de una Cicatriz
Defenestrada" (una obra de teatro que él mismo había escrito, y de la que él mismo
era director), cuando de pronto, la puerta de la Fortaleza comenzó a sacudirse
violentamente, como si enanos sopranos con arietes repelentes embistieran contra ella...
Todo sucedió vertiginosamente. Antes de que pudiera reaccionar, la
Incubadora Acorazada ya se encontraba adentro de la Fortaleza, habiendo derribado la
puerta; y apenas tuvo tiempo para descolgar de la fría pared el Abortador Eléctrico
cubierto de polvo y telarañas, antes de que la Manguera Uterina comenzara a vomitar
decenas y decenas de fetos danzantes.
Con sus cordones umbilicales serpenteando de sadismo, los fetos
sanguinarios se abalanzaban sobre el Exterminador, intentando subyugarlo, pero el
Abortador Eléctrico se disparaba una y otra vez, fulminándolos en el aire con una
velocidad sorprendente, debido a que aún se hallaban empapados en líquido amniótico.
El suelo del Gran Salón ya se hallaba cubierto de fetos carbonizados,
y seguían emanando atacantes de la Manguera Uterina. Finalmente el flujo energético
cesó, las baterías del Abortador Eléctrico se habían acabado, y no había un quiosco
en kilómetros a la redonda...
El Exterminador se lanzó sobre la masa fetal que se interponía entre
él y el Armario Tornasolado. Debió combatir contra cientos de fetos cuerpo a cuerpo, con
la única ayuda de sus puños y de su Abortador Lacerante de bolsillo, hasta poder llegar
al otro lado del Gran Salón.
Entonces, de un veloz movimiento, abrió el Armario, y tomó firmemente
el Abortador Contundente, con el que comenzó a aplastar histriónicos fetos contra el
suelo, como si de coleópteros efímeros se tratase. Algunos eran golpeados en el
estómago y caían al suelo retorciéndose en posición fetal. Mientras que con una mano
blandía su arma, con la otra, el Exterminador capturaba de vez en cuando algún feto
desprevenido y, tomándolo del cordón umbilical, lo lanzaba contra los muros del Gran
Salón. Las pequeñas cabecitas, al estrellarse como huevos, iban dejando psicodélicos
lunares rojos dibujados en las blancas paredes, dándole a la habitación un aire muy
surrealista.
Cuando ya no quedaban fetos en pie, y la pesadilla fetal parecía haber
finalizado, la Manguera Uterina comenzó a contorsionarse violentamente de un lado a otro
y se hinchó de tal forma que parecía que no lograría soportar el paso del terrible
bulto que la Incubadora se esforzaba por escupir...
Y en efecto no pudo soportarlo... Con un fuerte ruido la Incubadora
estalló en mil fragmentos y quedó al desnudo un descomunal capricho de la Naturaleza: el
enorme Feto Fetal de Fétida Fragancia.
Durante toda su carrera, el Exterminador había conocido miles de
fetos, pero ninguno tan gigantesco como éste... Medía más de cinco metros y sobre uno
de sus musculosos brazos tenía tatuadas las palabras: IN VITRO.
Luego de observar al gigantesco engendro y lo disminuido que parecía,
en contraste, el Abortador Contundente, el Exterminador tomó una peligrosa
determinación, quizás la más crucial de su toda su existencia: utilizar el Abortador
Atómico...
Debió ingresar siete códigos de seguridad en la computadora (mientras
el Feto Fetal de Fétida Fragancia lo golpeaba con un submarino alemán) antes de que
ésta se dignara a permitirle el acceso a la terrible arma nuclear. Una vez que ya la tuvo
en su poder comenzó a atacar con ella al enorme feto, pero las explosiones atómicas no
parecían hacerle mucho daño.
Recién luego de meses de lucha, con ciertos intervalos de descanso, en
los cuales el Feto Fetal y el Exterminador se ponían de acuerdo para dormir o jugar al
dominó (estos intervalos no duraban mucho, ya que el Feto Fetal roncaba al dormir y el
Exterminador hacía trampa en el juego), el enorme feto comenzó a tambalearse
peligrosamente, y cuando parecía a punto de desplomarse, emprendió la huida.
Era increíble la facilidad que tenía el Feto Fetal para escabullirse,
a pesar de su enorme contextura y de estar herido de muerte. Una y otra vez el
Exterminador lo perdía de vista entre los oscuros pasadizos de la Fortaleza, aún cuando
no había quien conociera mejor que él cada centímetro de esos pasillos... Durante horas
persiguió al enorme feto, perdiéndolo y volviéndolo a divisar, hasta que finalmente el
Exterminador se encontró solo en una enorme habitación, habiendo perdido completamente
el rastro del gigante fetal.
Mucho tiempo estuvo deambulando por los oscuros pasillos, buscando al Fétido Feto en
todos las habitaciones... Recién al amanecer, ese amanecer tanto tiempo esperado, pero
esta vez teñido de sombría tristeza, lo encontró suspendido del techo de una
habitación... Viéndose acorralado, el mortificado feto se había estrangulado con su
cordón umbilical...
- FIN -